jueves, 5 de octubre de 2017

"Compromise": el arte de lo posible vs. lo ideal (en la política, en las relaciones humanas, en la acción individual)

El 22 de marzo de 1775, en la Cámara de los Comunes de Londres, un parlamentario pidió la palabra para hacer una propuesta y presentar los argumentos en su favor. El momento era de extrema tensión, pues el Imperio Británico enfrentaba un singular desafío: la insurrección de las colonias norteamericanas. Ante este tipo de hechos, los imperios suelen reaccionar instintivamente mediante el uso de su poder, empleando su fuerza para aplacar los ánimos rebeldes. Y se vuelve casi una herejía sugerir lo contrario. Pero ese día de marzo quien tomaba la palabra no era un parlamentario cualquiera: era Edmund Burke, quien pasaría a la historia como filósofo y pensador. Él se permitió la herejía: él se permitió sugerir un camino diferente al uso de la fuerza frente a la rebelión norteamericana. Propuso el camino del compromise.


Compromise es esa magnífica expresión del habla inglesa, rica a más no poder en significado, para la cual nos hace falta un equivalente en el español (así lo expliqué en una columna reciente). Y hace falta porque, pese a que en español tenemos expresiones que se aproximan a aspectos parciales de lo que significa compromise, ninguna de ellas alcanza su riqueza expresiva. Tal vez porque significa mucho más que un simple hecho, mucho más que una acción o el producto de ella. Lo que significa realmente es una filosofía de vida, una actitud frente a los problemas, en especial frente a aquellos que entrañan el conflicto entre valores diversos, o el eterno conflicto entre lo ideal y lo posible. Es, como dice John Carlin, “una actitud práctica y generosa frente a la vida”.


Podríamos decir, resumiendo un poco, que en sentido estricto la expresión compromise designa principalmente dos cosas. Como verbo, significa el acto, bilateral o colectivo, de solucionar un problema mediante un acuerdo cuya característica es que las partes deponen algunos de sus intereses. En el ámbito individual, también significa buscar una solución renunciando a parte de lo que son los intereses propios. Y como sustantivo, significa el acuerdo o la solución emanados de ese acto.


Pero como decíamos antes, la expresión encierra una sabiduría que va mucho más allá: es la sabiduría de lo posible, de lo práctico, de lo conveniente, y de la renuncia a lo ideal en pos de lo que es bueno y alcanzable. A nivel de sociedad, o a nivel de un grupo humano cualquiera, necesitamos hacer compromises para poder vivir juntos, pues la realidad de cualquier grupo humano es la diversidad de visiones y perspectivas sobre todos los temas. En las relaciones bilaterales, sean estas entre personas, entre Estados, entre organizaciones o entre empresas, la cooperación solo es posible si hay disposición, en cada una de las partes, a renunciar a su visión ideal de las cosas, para poder unir fuerzas con los demás en virtud de alcanzar logros u objetivos que, si bien pueden distar en algo del ideal originario, son sin embargo logros concretos y tangibles, benéficos para todos.


Pero este concepto, usualmente entendido en el ámbito de la política y las relaciones sociales, tiene también una poderosa relevancia en la esfera de la acción individual. Y la tiene por dos razones.


Primero, porque no es necesario ir al mundo de las relaciones sociales para encontrar diferencias, desacuerdos, conflictos entre valores, y divergencias entre perspectivas sobre cómo actuar. Ese mismo mundo, a veces caótico, lo encontramos dentro de cada individuo: dentro de mí hay multitudes, dice Walt Whitman. Cada ser humano siente y ha sentido cómo dentro de sí mismo se libran conflictos, no entre lo bueno y lo malo, no entre lo correcto y lo incorrecto, sino entre valores, visiones y perspectivas que son igualmente buenos pero no siempre compatibles. “Los valores fácilmente pueden chocar dentro del corazón de un individuo, y si así sucede, de ello no se sigue que unos sean verdaderos y otros falsos”, escribió el filósofo Isaiah Berlin. Y solo hay una manera posible de administrar ese constante enfrentamiento de valores, y es tomar decisiones; y cada decisión implica renunciar a algo, así sea parcialmente. Cada decisión implica un compromise.


Y segundo: porque con frecuencia, en nuestras acciones y en nuestros propósitos, los individuos nos vemos enfrentados al conflicto entre lo ideal y lo posible: entre la satisfacción absoluta e integral ( y seguramente inalcanzable) de un objetivo o un valor, o la renuncia a parte de él en virtud de alcanzar y consolidar logros que, si bien son imperfectos, son reales y tangibles. Y un acto de compromise, un acto de negociación consigo mismo, consiste en reconocer aspectos en los que podríamos ceder con respecto al ideal, para lograr un resultado que termine siendo, no solo beneficioso, sino concreto.


A un dilema similar pueden también enfrentarse las organizaciones y los gobiernos. Así, por ejemplo, para un imperio como el británico, el ideal en 1775 era la sumisión ininterrumpida e incuestionada de sus colonias: y ante un hecho de insurrección, el ideal era la restauración total de dicha sumisión. Pero hay un camino de sabiduría, y este no conduce a lo ideal sino a lo que es posible, concreto y bueno. Así, Edmund Burke, en ese discurso del 22 de marzo de 1775, propuso al Imperio Británico un camino de compromise: desistir de la pretensión de restaurar la sumisión absoluta, y buscar en cambio un entendimiento negociado con las colonias para que ellas siguieran haciendo parte del imperio, aun cuando en términos diferentes. Concediéndoles, por ejemplo, alivios en impuestos, y mayor participación en el gobierno. Renunciar al ideal en pos de un logro concreto: el de mantener una unión que era muy beneficiosa para Gran Bretaña.

Porque la sabiduría está en entender, como dijo Burke en aquel discurso, que “...todo provecho humano, toda virtud y todo acto prudente, se basan en el compromise y en el intercambio: balanceamos inconvenientes, damos y tomamos; renunciamos a algunos derechos para poder disfrutar de otros...”. A Burke no lo escucharon. Y resultado de ello fue el desastroso empeño del Imperio Británico por someter a los norteamericanos. Empeño que terminó en la declaración de independencia, la pérdida absoluta de las colonias, y el dolor de una fallida guerra de sometimiento.

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